La cita era a las nueve de la tarde. Habíamos dicho adiós al calor sofocante, hiriente, que caía en nuestra anterior reunión del mes de Agosto. Ya dos meses desde nuestro último encuentro y deseábamos dar el cariño con el que se trata aquí a los buenos amigos. Parecía que nos conocíamos hacia 20 años, todo fluir. Muchas noches tengo que levantarme y decir ¡olé, olé y olé! y me digo qué suerte tener buenos amigos, siempre la mejor compañía. Todo preparado, nos visitan y ofrecemos lo mejor.
Un buen paseo por nuestra ciudad y toda la información turística facilitada por el Patronato de Turismo (¡qué despegue con Marisa y ahora…!) guías, monumentos, gastronomía, lo mejor de la casa. Pese a que “La caixa” en sus estudios informa que el bienestar en Zamora está en la cola. Yo no puedo estar más que en desacuerdo. ¿Pero qué variables toma? Ya me lo imagino: la temperatura el día 1 de enero, número de centros comerciales en pleno Lago de Sanabria y número de cines y teatros en Villalazán o algo similar. Hay un nivel de vida bueno, o como poco razonable. Mejor harían en quitar las comisiones, en vez de tirar el dinero en estudios. Y sobre todo que nos visiten fuera de Semana Santa, verán lo que somos, nada que ver con Blanca de Borbón, esa mujer tan vulgar que compite en un programa de televisión. Pero si además tenemos Club Náutico sin tener mar… Somos la leche.
Pues bien, ya tengo a mis invitados. Los recibimos en el Parador. Siempre amabilidad. Todo tiene que salir bien, hemos dedicado tiempo para que todo salga bien. Quiero que se lleven lo mejor de Zamora.
La primera cena en un restaurante que tiene un plato de oro y eso es siempre un aval. La distribución de los comensales en la mesa creó un ambiente muy cordial. Todo transcurría de la mejor manera que yo podía haber imaginado hasta que, de repente, la primera en la frente. El maître comienza con las suyas:
-¿Os gustan los espárragos? en Zamora los tenemos muy gordos…; situación chusca. Yo, me deshacía como un azucarcillo. Me estaba avergonzando y seguía, ahora, con el grosor de un espárrago y de cómo ingerirlo. Con un tono de lo más soez y vulgar: podéis compartirlo entre dos… Impropio y fuera de contexto siempre. No he cruzado dos palabras en mi vida con ese señor. Me arruinó la cena. ¡Pero si tenía un plato de Oro! y muy buena fama… claro que hace 25 años. No vuelvo. Y sobre la mesa sólo deben estar los elementos propios de cualquier mesa, nada de agendas, teléfonos móviles, ordenadores, pintalabios, etc. Que hay quien la toma como mesa de despacho o de cuarto de baño.
Nunca se habla con los comensales a menos que te lo pidan. Se olvidó de que el Maître debía ser el maestro en el arte de servir. El creador de un ambiente idóneo para el cultivo de una gran amistad, negocio…todo menos estorbar. Su deber es evitar molestias e inconformidades, crear un ambiente cordial de discreción y honestidad y fue un metepatas. La persona que no cumpla con esos requisitos no puede permanecer en el puesto. El restaurante es el que perderá, porque jamás regresará el cliente. Yo no he vuelto. Nunca discuto. Hubiera preferido tomar un emparedado caliente de york y parmesano en casa. ¡Sin duda!
Este hecho me viene a la cabeza, para pensar que no todo es posible en los restaurantes. Claro, que a veces quienes los frecuentan son peores,… ¿Triunfadores? No, porque por su formación y buenas formas no lo sustenta, y no, porque intentan con su dinero coger unos cubiertos y unos modales que no tienen. Además están encantados con que les llamen caballero y dama. No podemos pedir a quien no recibió.
La comunicación con los comensales tiene que ser clara y agradable. El despropósito y una mala formación, amén de los temporales pueden acabar con la reputación de un restaurante. El trato inapropiado y no me refiero al tuteo, sino a determinadas licencias, como dirigirte preguntas e intentar establecer conversaciones sin tener un porqué..., las malas caras..., no hace falta que te llamen imbécil, pero casi. -Por favor, una coca Light- y te sirven una normal. No, usted no me dijo…y sigue…y discutiendo… una mala noche la tiene cualquiera, pero yo no tengo la culpa.
Jamás debe oírse, en la mesa de un restaurante, la pregunta de ¿para quién las judías? ni la de ¿ha terminado el señor? un camarero conocedor de su oficio sabe si un comensal ha acabado o no su plato y toma buena nota en su comanda de la situación. Hace falta celo, humildad y profesionalidad. Mucha gente cree que servir una mesa es una cosa muy sencilla, que puede hacer cualquiera y en un momento. Un error, es cuestión de oficio y tiempo, siempre calladito, mucho mejor. Y no me espetes dos besos, que no te conozco de nada.
Pliss, los manteles se dejan de usar cuando se ve la trama. Recuerdo un buen restaurante que lo es y qué mala imagen... con esos manteles blancos en las últimas. La cubertería limpia, pero intenta no lamer la cuchara, el tenedor o el cuchillo cuando están sucios después de usados. Algunos con tal de brillar, lamen sin parar, eso es estar rabiosamente en offside. Ahora, casi opto por una cena sencilla en casa. Pero sin pasarse, no puedes recibir a nadie con una patata frita. Él éxito de una cena está en la comida y en la conversación. Cosas que gusten a todo el mundo y las personas adecuadas, que es lo más difícil: con una educación bárbara, con una gran cultura y un corazón inmenso, esos son todos mis amigos, pocos, pues las exigencias son muchas. ¿Te apuntas?
1 comentario:
Por supuesto que nos apintamos; gracias por un nuevo artìculo, yaa nos tenias impacientes.
Publicar un comentario