5/18/2011

Mi primera vez


Mi primera vez
No recuerdo ni bien ni mal si fue con 6,7 u 8 años. ¿En mayo? Lo dudo; conociendo a mi padre, seguramente junio, julio o diciembre. No lo sé pero hacía buen tiempo. ¿El año? ¿quién lo sabe? Sí sé, que lo hice por el rito ortodoxo y en el hospital Generalísimo Franco. Entonces, ya las primeras comuniones no eran obligatorias por las mañana, previos ayunos nocturnos. Fue por la tarde y con calamares a la romana… Sueño todavía.

Ahora me pregunto ¿Estaba yo preparado para recibir por primera vez el cuerpo de Jesús? ¡¡¡Era un niño!!!. No sabía nada de nada. Quizás eso era lo mejor. La inocencia, las ganas y un mundo como el que describía el Padre Coloma en Pequeñeces. Sencillez y bondad. No hubo catequesis y sí una primera confesión en el salón de casa. Ése fue mi primer acto de penitencia. Sudaba y soñaba con ser mejor y con presentarme limpio de pecados. No hay nada peor que un pecador. Bueno, quizá un consumidor de pastillas.

Mis recuerdos son de cabeza, en papel no tengo nada. Soy el séptimo de los ocho hermanos y ninguna foto. Creo que de algunos de mis hermanos mayores podemos tener alguna foto, pero del medio para abajo… Nada de nada. Eran otros tiempos. Las emociones en la cabeza. No es como ahora que hay de todo: cámaras digitales, móviles, dispositivos…. hoy no te libras de que te retraten con todas las muecas posibles… te deja perplejo. Acostumbrado como estoy a tiempos del pasado hoy deslumbra el despliegue de medios.

Reconozco que me encanta sentirme acosado por los paparazzi en mi propia casa ¿Imagináis? Y luego verme en la revista ¡Hola! Aunque últimamente ya no es lo mismo, ya no me hace tanta ilusión (miento, siempre la hace) desde que salen y me aburren los Thyssen-Cervera, los alcaldes horteras y corruptos. Por favor, volvamos a la línea editorial de siempre, adiós a Borja Thyssen, familias reales de Ubrique, a zafios y horteras a los que abomino, odio y execro. Me enloquecen todas sus actitudes y vagancias.

La capilla de mi primera comunión era discreta y solitaria. Sor Damasa lo tenía todo preparado. Allí me presenté de blanco y para muchos días. No hay nada más elegante que el blanco y limpio. La pena es que dure tan poco. Yo no entendí nada de la liturgia, de la celebración… Fue en latín, el sacerdote de espaldas. Pan y vino de casa de mi padre para mi primera comunión. Pero pese a esa ignorancia, prendió en mí un sentimiento de responsabilidad. Busqué desde entonces un examen de conciencia diario que me hiciera reflexionar sobre el bien y el mal. Me permite seguir feliz y buscar lo mejor de mí día a día. Huyo de todo nihilismo. Lo rechazo.

Los días previos, mi padre me dijo que pensara y escribiera frases sobre mi primera comunión. Yo seguía sin saber nada. Oía, escuchaba y callaba. Hasta que en las tarjetas de recordatorio leí: "Jesús, no me dejes pecar" con mi letra y mi firma. Todas eran así y yo como loco de contento. Eran mis primeros “Tweets”. Una vez más, algo anormal formaba parte de la normalidad. Las repartí con alegría y con honor. Eran míos. No me siento frustrado, ni arrepentido. Hoy siguen siendo mi plegaria y mi “tweet” aunque todavía no me saluden por la calle y no me digan lo mucho que les han ayudado, pero tiempo al tiempo…. Estoy convencido de ello. Jejeje.

Hoy hubiera elegido como escenario algo más íntimo y solitario, El Real Jardín Botánico, o cualquier iglesia románica de mi Zamora, huyendo de la vulgaridad. ¿La hora? algo monacal, seis de la mañana. Me presentaría solo, descalzo y con un sayón blanco. Dentro y tapados o entre rejas un coro benedictino susurrando cánticos muy católicos y con un final de ópera. Me gustaría que la homilía fuera sencilla y que versara sobre lo que más me repugna en este mundo: la injusticia, en tono alto, claro y dinámico. Que nadie quedara indiferente, no me gustan las caras de profundo aburrimiento. No hay nada peor que la indiferencia de la audiencia. ¡Ojo! que soy un niño: una homilía que comprenda.

Por su puesto, me encantaría recibirla de las manos de cardenal o un obispo con posibilidades –me puede la vanidad–, vestido de blanco y con buenos y ricos bordados en oro sobre sedas… lo mejor para recibir a Dios. Que me perdonen, pero el hábito hace al monje. Está muy bien que los religiosos sean actuales y modernos pero no me gusta nada ver celebrar una misa con zapatillas de deporte y con vaqueros. Lo siento, pero es así. O las religiosas sin sus tocas e indumentarias. Hoy, muchas con la falda vaquera y con chaquetas de punto con cremallera están mucho mejor con el hábito tradicional y pido perdón. Se evitaría, algún modelito inapropiado. Y la forma de conjuntarlos con esos horribles zapatos que tanto les gustan. Volvamos a los uniformes; por sus vestimentas los conoceréis –las diferencias vienen muy bien y marcan la distancia obligada–, son los representantes de Dios, nosotros no. Pulcritud.

Estoy seguro de que lo pasaríamos fenomenal. Imagino de anfitrión a mi padre. Era terriblemente trabajador. Tenía la suerte de poseer el privilegio divino de ser ”creativo” y de llevar una vida normal, aunque alrededor de su cabeza reunía una serie de ideas muy distintas y enriquecedoras. De los imaginativos y valientes como él siempre se aprendía algo. Gracias. A veces no lo comprendía. Era muy perfeccionista para la creatividad y no tanto para el final. Siempre quedaba algo pendiente: un hilo, un cable, una mala brochada, una bandeja sin definición… no remataba y yo, negro. Los contrastes vienen muy bien de vez en cuando. Hoy faltaría el elemento distintivo, diferente y el más rompedor, que era él. Enérgico, bondadoso y sin pelos en la lengua… ¡¡¡cuántos disgustos¡¡¡

Queridos decir adiós a figuritas de porcelana con forma de paloma que decían “En el día de tu primera comunión vendrán a verte Paz, Esperanza y Consuelo”. eso es un pasado no conocido. Mejor, después de la celebración todos, familia y amigos brindando por uno más. Y la casa por la ventana. Para estos casos lo mejor para superar la crisis de ansiedad previa, una copa de buen vino y así tranquilamente y con un halo de misterio poder saludar a todos.

*Como es habitual en Isabel y Javier, todo simpatía. Una comunión muy entrañable la de su hijo Álvaro y sobre todo una actitud totalmente señorial, amable y educada la de los anfitriones. No faltaba más. ¡¡¡Son de Bilbao!!!

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